Ese perro es bueno corriendo. Hace gala de sus dotes, que desde niño usase para escapar del Chacha Qamaqi. Justo ahora, Beto recuerda viendo el periódico como el Perro corría y doblaba cada esquina hasta perderse como una piedra que cae en el lago. De un tirón lo metió a su casa, ambos quedaron sorprendidos. Beto dudó en abrazarle y solo dijo que no había cambiado mucho.
El Perro lucia ausente, desgastado.
–Mamá abue quería verte, ahora está como perdida. Están esperando que se estabilice para llevarla a Arequipa.
El Perro solo escucha, recuerda el viento en su cabello con un ritmo de júbilo, parecía que le hubiesen salido alas, ya nunca más el Chacha Qamaqi lo alcanzaría, corría, corría por las calles entre los cuerpos amorfos, bultos que en la niñez solo son fantasmas que esquiva vertiginoso marcando un record al final de la feria. Se detiene, voltea, nada …ha ganado.
–Vine a llevarte pa’ que te vea, pero mírate, ¿De quién eso? –señalando con un gesto lo ajeno– ¡No has cambiado nada carajo!
El perro solo suspira, toma aire y como un fuelle deja escapar con fuerza el aire retenido, piensa si no era más fácil que lo dejen a su suerte, piensa que tanta diferencia puede haber entre ser salvado o ser abandonado en la lujuria de la libertad.
–Tu sabes que el papá ya no está, regresa. Este otro si le quiere, está juntando pa’ llevarla. Justo he venido a ver eso. Me dice que vea sus tierras, vamos pues. Ahí estaremos unos días hasta que venda la mitad de sus llamos, de allí nos vamos pa’ Tacna.
El perro solo mira las marcas de sus brazos, y las otras, las que están cubiertas trata de imaginarlas, pero ya no diferencia cuáles son las aradas por Chacha Qamaqi y cuáles por sus propias tropelías, pero cada una es un verso que conforman el más cruel de los poemas escritos por un destino ebrio de sentencias oscuras.
–Parece mentira encontrarte así… bueno, la verdad la abue espera siempre verte con la frente limpia. Yo ya me cansé, pero ella espera y espera que su hijo retome el camino derecho. No sabes del dolor que ella pasa, quizá por eso está así, botada como un saco. Hace tiempo esto dejó de ser una familia.
El perro solo relame sus labios mientras se sienta. Descubre en su memoria el sabor amargo de unos panes escondidos por Chacha Qamaqui, pan que generase una sonrisa a pesar del moho y los dolores de panza, dulce pan amargo que tapa las carencias que consagran el concepto de abandono, pan bendecido por la amorosa y suave luz de la luna.
–Yo ya perdí la fe, pero si estoy aquí es por ella. Ella si confía en ti, la abue soñó que juntos eran felices, que se fueron al cerro, que de tanto sol que hacía pidieron agua y esta llegó con una camanchaca cada vez más espesa que hacía brotar los campos, crecían flores a sus pies, que a pesar de que la neblina los enceguecía y no se veían uno al otro, estaban felices porque estaban juntos, así dice.
–Vamos pues.
De un golpe la puerta se abrió, Beto se levantó de un salto, el Perro siguió sentado, estaba cansado, los gritos desafiaban la sensatez, no opuso resistencia, con fuerza lo arrastraron a la calle, Beto atrás era contenido por la turba. La luna era perfecta, las formas amorfas detuvieron su carrera al final de la feria, la sangre en su boca le arrancaban el dulce pan amargo de su madre.
El Perro solo siente los golpes en su cuerpo como una recompensa a su libertad, por momentos se cuestiona si ese es el precio justo de la victoria. Parece como si todas las causas llegaran al río a lavar sus atiborrados reclamos. De momentos el dolor le quita el aire. De momentos el dolor le abriga más que sus recuerdos descalzos y fríos, más que el endeble hogar sostenido con mentiras, violencia o la débil luz de una vela. De momentos siente cada golpe como las cuentas de un rosario que va llegando a su final.
Lo amarran. Es casi media noche, es inútil buscar la luna, las nubes le han tapado, busca otro punto donde sostenerse. Le interrogan, le amenazan, le golpean, le lanzan agua, tierra, petróleo. Su mirada cae, lejos suena una sirena, ya no sabe si quiere que vengan rápido o que demoren. Ya las fuerzas declinan, sus ojos se clavan en el suelo donde una oscura mancha va creciendo, poco a poco se aclara con la luz de una improvisada antorcha, es sangre. El fuego se acerca estrepitosamente. Mientras la luna vuelve a asomarse, piensa que tanta diferencia puede haber entre ser salvado o ser abandonado en la lujuria de la libertad.